El llanto de Dvorák

Siento un picor
detrás de la oreja,
es un extraño lugar
para que te pique
y mucho más para rascarse;
las flores del balcón
han estallado
en una explosión orgásmica
con la primavera
y
Dvorák
me salta las lágrimas
desde un pequeño altavoz
bajo el televisor;
a los veinte
calzaba unas botas militares
y pisaba el asfalto
como si no fuera a haber un mañana;
ahora
calzo zapatillas deportivas
y me gusta pararme a observarla
la vegetación silvestre
o estudiar
el comportamiento
de las hormigas;
supongo que en veinticinco años
la vida cambia a cualquiera
o a lo mejor
el temor a padecer un tumor prostático
te hace aprender a apreciar
el valor
de un calzado más cómodo
o el sabor amargo
que te deja en la boca
un suicidio
que no ha sido el tuyo.
Termina la canción de Dvorák,
me enjugo las lágrimas
con el dorso de la mano,
echo de menos
aquellas viejas botas militares,
eran incómodas y me provocaban
ampollas en los pies,
pero dios, aquello sí que era pisar el asfalto;
también añoro
tener veinticinco años menos
y no llorar con Dvorák
y pensar
que podían follar a todas las flores del mundo
o en suicidarme
por el mero echo de ser yo
quien tomara las decisiones de mi propia vida;
pero Dvorák me hace llorar,
y lloro
mientras el calzado más cómodo
que he encontrado en el mercado
me espera
junto a la puerta.