Una oreja cortada, Sylvia Plath y un poemario que no se vende

El agujero de bala
en el cuerpo de Lorca;
El pitón de un toro acercándose 
peligrosamente a Hemingway;
el cuchillo separando del cuerpo
la oreja de Van Gogh;
el monóxido de carbono inundando 
los pulmones de Sylvia Plath.
La noche
es un fundido en negro
como el final de toda película,
demasiados susurros
en horas puntas,
demasiados asientos ocupados
en el metro.
Publico un nuevo poemario,
has vendido cinco
me dice mi editor a los pocos días,
bueno, el año que viene quizá serán seis,
le contesto;
los dos reímos,
pero aquel hombre que eyaculó
dentro de mi madre
ya me lo advirtió:
Ten una vida de verdad, hijo,
con un trabajo de verdad
que te aporte un sueldo de verdad.
Pero yo me creía por encima 
de todo aquello,
incluso me creía por encima de él,
por eso
hay demasiados susurros
en horas puntas,
y por eso
hay demasiados asientos ocupados
en el metro,
y por eso
el cartucho de dentro
de la escopeta de Kurt Cobain;
la soledad chorreando por las paredes
del cuarto de Lovecraft;
el senocal en exceso
por el torrente sanguíneo de  Alejandra Pizarnik
y la espera
de ese fundido en negro
al final de mi película.