Demasiado joven para la escritura

Llevaba
una chaqueta azul,
una mochila al hombro
y caminaba con muletas.
Se sentó en los asientos
junto a los míos,
dejó las muletas en el suelo
y comenzó a escribir en un portátil
que había sacado de la mochila
apoyándolo en su regazo.
Quizá esté escribiendo un libro,
pensé,
pero me di cuenta de que era
demasiado joven
como para interesarse por la escritura;
lo más seguro es que fuera un trabajo
del instituto
o estuviera chateando con alguien.
Me quedé dormido con la cabeza apoyada
contra la ventana del vagón,
un par de estaciones más adelante
me desperté sobresaltado;
un par de tipos salieron corriendo
saltando al exterior
en el preciso momento en que las puertas se cerraban
y el tren arrancaba.
El chico estaba pálido,
me miró y me dijo:
-Acaban de robarme el portátil
y usted no ha hecho nada.
Metí las manos en los bolsillos
de mi chaqueta y me acomodé de nuevo.
-La vida siempre nos roba algo, muchacho.
Le dije.
-Pero llevaba cosas importantes en ese ordenador.
Me dijo casi llorando.
-Sí. La vida siempre nos arrebata lo más importante. Aprende a aceptarlo, hijo.
Le dije y cerré los ojos
intentando quedarme dormido de nuevo.
Se quedó allí sentado,
pálido,
en silencio,
sin su portátil;
aprendiendo a aceptarlo.