De pequeño me encantaban los quioscos, me plantaba frente a ellos y miraba una a una las portadas de todas las revistas, imaginándome que habría dentro —sobre todo esas en las que aparecían mujeres cortas de ropa en posición sexual—, y cuando tenía la oportunidad de tener una entre mis manos —que solían ser revistas del corazón en casa de mi tía—, me quedaba fascinado con aquella mezcla de texto e imágenes. Cuando fui algo mayor y conseguí mi primer empleo, lo primero que hice fue suscribirme al National Geographic. Dios, me encantaba aquella revista, me pasaba horas leyendo y releyendo sus artículos, inmerso entre sus fotografías, tan espectaculares que soñaba con ser uno de sus fotógrafos y recorrer el mundo fotografiando todo aquello que se me cruzase en el camino. Incluso hice varios cursos de fotografía, pero también fracasé en eso, cómo todo en la vida. Aun me siguen apasionando las revistas, pero no hay ninguna que valga la pena, ya no se hacen revistas de poesía, literatura o ajedrez, por ejemplo; y las pocas que parecen interesantes, al abrir sus páginas están llenas de basura propagandística, o sus artículos no son más que simples tretas para intentar vendernos cosas que no necesitamos o simplemente no nos las podemos permitir. Supongo que los tipos como yo nos hemos quedado obsoletos, incluso para leer una simple revista.