“Estuve con un tío que solo quería comerme el coño. No te confundas, aquello estaba bien, de veras; pero ya sabes, una mujer necesita notar algo ahí dentro de vez en cuando”.
Era una bestia
de un metro cincuenta
y cuarenta y seis kilos;
según decían
tenía las tetas más pequeñas
y preciosas
“La gente me dice que debería ir al psicólogo, psiquiatra o cualquier otro profesional que pueda ayudarme con lo mío, ¡Pero qué coño! ¿Hay algo mejor en la vida que estar follando todo el día?”
Yo no recordaba
como la había conocido
ni por qué razón
siempre terminaba
sentada junto a mí
en el tren,
contándome su vida.
Solo sabía
que tenía tres recibos de la luz
por pagar
y una úlcera estomacal
que por alguna
rara razón
intentaba curar a base de litros
de café diarios.
“Ahora estoy con un tipo que tiene la polla más larga y gorda que haya visto en mi vida. De veras, tiene una verdadera pitón ahí colgando; y me la mete día y noche como si no hubiera un mañana. Y no te creas, me hace disfrutar de lo lindo, ya sabes, notar como ese pedazo de animal se abre paso dentro de mí es fabuloso, pero de vez en cuando echo de menos que me laman el coño. Ya sabes, las mujeres como yo nunca estamos satisfechas con nada”.
La gente sentada
a nuestro alrededor nos miraba,
ella no parecía darse cuenta,
era una bestia salvaje de un metro cincuenta,
cuarenta y seis kilos y tetas pequeñas
que todavía guardaba
cierto atractivo
de una juventud que comenzaba a desvanecerse,
y aunque ella no lo sabía
y aunque en su interior ardía el fuego de todos los infiernos,
era el ser más perfecto
que jamás se haya subido a un tren de cercanías.
Que me parta un rayo si no lo era.