Dosis de infierno cada ocho horas

Dejé de leer
y metí el libro en la mochila;
había tenido
bastante
por aquel día
de poetas muertos
y lloricas;
cada cual debe aprender a vivir
con su pedacito de infierno
personal;
la vecina, el repartidor de amazon, la pescadera…
nadie se salva,
ya puedes ser enfermera.
Modista
o agente de la condicional,
todos nos tragamos
a diario
nuestras píldoras
de averno refinado.
Cada vez
que me levantaba por la mañana
sabía
que mi infierno me esperaba,
ya fuera en el tren,
en mi puesto de trabajoso
o al regresar a casa.
Siempre era una verdadera sorpresa
descubrir donde iba a encontrarlo;
y si no lo hacía
él terminaba por encontrarme a mí,
incluso entre las páginas
de los libros
de poetas muertos y llorones;
ellos lo sabían.
Intentar ignorar eso
era una verdadera
pérdida de tiempo.