Me metía en la cama
después de haber estado todo el día
repartiendo paquetes
en una furgoneta que apestaba
a sudor y fracaso
y me ponía
a leer relatos de Lovecraft;
los leía
casi sin respirar;
al rato mi mujer se acostaba
y me decía:
apaga la maldita luz
y deja de leer esa mierda
de una vez,
pero yo seguía leyendo
inmerso
en aquel universo oscuro
que Lovecraft había creado,
y me dormía
con el libro entre las manos
y al despertar a las cuatro y media
de la madrugada
y al montarme de nuevo en aquella
jodida furgoneta
descubría que su motor rugía
como las mismísimas entrañas
de Cthulhu
y las facturas
amontonadas
sobre la mesa de la cocina
se transformaban en las páginas del Necronomicón
y cada entrega que hacía
era la locura
y cada recogida
era el espanto;
y la vida familiar,
el intentar socializar,
el fracaso como padre
o la existencia misma
estaba llena de extrañas criaturas monstruosas
debajo de cada adoquín de la acera;
pero yo
no tenía suficiente
con el terror de todo eso,
al llegar a casa
y al acostarme
leía de nuevo a Lovecraft
y entendía
por qué escribió todo aquello;
en ocasiones
el horror abrasa las
entrañas de cualquier hombre,
incluso las del mismísimo Cthulhu
o las de la maldita furgoneta
que me esperaba
todas las mañanas
aparcada en la puerta
de mi
casa.
después de haber estado todo el día
repartiendo paquetes
en una furgoneta que apestaba
a sudor y fracaso
y me ponía
a leer relatos de Lovecraft;
los leía
casi sin respirar;
al rato mi mujer se acostaba
y me decía:
apaga la maldita luz
y deja de leer esa mierda
de una vez,
pero yo seguía leyendo
inmerso
en aquel universo oscuro
que Lovecraft había creado,
y me dormía
con el libro entre las manos
y al despertar a las cuatro y media
de la madrugada
y al montarme de nuevo en aquella
jodida furgoneta
descubría que su motor rugía
como las mismísimas entrañas
de Cthulhu
y las facturas
amontonadas
sobre la mesa de la cocina
se transformaban en las páginas del Necronomicón
y cada entrega que hacía
era la locura
y cada recogida
era el espanto;
y la vida familiar,
el intentar socializar,
el fracaso como padre
o la existencia misma
estaba llena de extrañas criaturas monstruosas
debajo de cada adoquín de la acera;
pero yo
no tenía suficiente
con el terror de todo eso,
al llegar a casa
y al acostarme
leía de nuevo a Lovecraft
y entendía
por qué escribió todo aquello;
en ocasiones
el horror abrasa las
entrañas de cualquier hombre,
incluso las del mismísimo Cthulhu
o las de la maldita furgoneta
que me esperaba
todas las mañanas
aparcada en la puerta
de mi
casa.