Quejido

Miraba aquellas películas
pornográficas
cuando mis padres
se iban de casa,
la soledad le ofrece a un niño
todo un abanico
de posibilidades,
y aquellas películas
pornográficas
era una de ellas,
o por lo menos
ni mejor o peor
que cualquier otra.
Me gusta recordar
como caían en mi poder,
y tampoco es que me atrajeran demasiado,
pero ser niño y saber algo sobre sexo
te situaba en un estatus
mucho mejor
que el de los demás
en el barrio,
y el tío del videoclub
no encontraba inconveniente alguno
en alquilármelas,
así que todas las tardes
me metía
en el reservado para adultos
del videoclub
y elegía aquella
donde se viera la mayor
cantidad de carne
en la carátula,
luego me escurría entre el resto
de personas que allí había,
todos ellos hombres
solitarios,
enfermos,
degenerados con la bragueta
abierta
todo el día;
alguno se avergonzaba al verme,
sobre todo si era conocido
de mis padres
o familiar de algún
compañero de clase,
y salía corriendo
como alma que lleva el diablo.
Otros, algunos de ellos,
me hacían alguna proposición
deshonesta que yo no llegaba
a entender,
pero conseguía escabullirme
entre ellos,
con mi película pornográfica
en la mano,
y llegar al mostrador.
Después me encerraba
en casa,
con las persianas bajadas
y mi pequeña polla
entre mis dedos
e intentaba masturbarme
sin éxito
delante de la pantalla,
todavía no sé muy bien por qué,
quizá porque aquello es lo que
decía todo el mundo que había que hacer
cuando se veía alguna de aquellas películas,
pero la verdad que nunca
disfruté del todo con aquel
espectáculo,
pero fui el niño
más popular del barrio
durante una buena temporada.
Un día
mis padres llegaron antes
y me encontraron allí,
en la oscuridad del comedor,
con las persianas bajadas,
olor a sudor
y el sonido a chapoteo
que producía mi
prepucio húmedo
al subir y bajar.
Después de la paliza
Me quitaron el carnet del videoclub,
y yo, con el tiempo,
perdí el interés
por las películas pornográficas,
sobre todo cuando
a los pocos años
el sexo
se volvió para mí
una realidad cárnica
y no una imagen
borrosa
grabada en una cinta VHS.
Hoy en día
las mujeres,
o por lo menos algunas,
reconocen que también ven
películas pornográficas
y que además les gusta,
yo sigo sin entenderlo,
lo único que aprendí de aquellas películas
es que no hay nada más
patético que la imagen
que dos seres humanos
follándose el uno
al otro,
u observar como lo hacen,
aunque a veces
echo de menos
aquel videoclub
y toda la carne
de sus carátulas
entre proposiciones indecentes.