La letra que entra con sangre

Antes escribía a máquina. Me gusta tener que apretar con fuerza las teclas para que las letras se marquen en el papel. A la máquina le gusta ser maltratada para darte algo. Ahora escribo con un ordenador; sí qué es mucho más práctico, puedes borrar y corregir sin tener que escribir de nuevo todo el texto, pero echo de menos escribir con cierta violencia.
Dejé de utilizar la máquina por no molestar a mis vecinos con el ruido al teclear, pero a ellos no les importa molestarme con los llantos de sus hijos, los gritos de sus discusiones, el volumen de sus televisores, sus malos gustos musicales o el chirrido de sus sumieres al hacer el amor.
Pienso en todos esos poetas —nuevos poetas— que nunca han escrito a máquina, la poesía nunca será poesía si no se escribe marcando el papel hasta casi traspasarlo, haciéndolo sangrar con cada letra, con cada verso.
Sí, echo de menos mi maldita máquina de escribir, tanto como mancharme los dedos de sangre al pasar las páginas de un buen libro de poesía.