Recuerdo que cuando era niño, había un chaval en clase que siempre
se cagaba encima, nadie sabía por qué demonios hacía siempre
aquello, sí era para llamar la atención, para que lo mandasen a
casa y así poder saltarse el resto de clases o sencillamente porque
algo no funcionaba bien dentro de su cabeza; pero a la qué menos te
lo esterabas, toda la clase empezaba a apestar a mierda y las miradas
de los niños se clavaban todas en la misma persona. No consigo
recordar cual era su nombre, solo que todo el mundo lo llamaba La
Peste, incluso nuestra profesora, y aunque el resto de niños le
tenían manía y lo marginaban a la hora del patio sin querer jugar
con él, ella lo odiaba con todas sus fuerzas.
Un día, la profesora —de ella sí que recuerdo su nombre, señorita
Consuelo— hizo ponerse a La Peste frente a toda la clase y comenzó
a meterse con él, hasta que toda aquella rabia contenida que tenía
la poseyó, entonces comenzó a insultarlo sin miramientos. Cuando se
dio cuenta de que La Peste no podía contener el llanto, le hizo
vaciarse los bolsillos y el interior de la mochila encima de su mesa.
La Peste, entre sollozos, dejó todas sus pertenencias sobre el
pupitre de la maestra, pero está se percató de que La Peste
escondía algo dentro de la mochila que no quería enseñar, así que
arrebatándole bruscamente la mochila, metió una de sus manos y del
interior sacó una pequeña muñeca. Después de quedársela
mirando durante un instante, la alzó en alto, mostrándosela
orgullosa a la clase. Toda el aula rompió en carcajadas, comenzando a burlarse de
aquel pobre muchacho con el total consentimiento de la señorita
Consuelo. Aquello, contando con la crueldad nata que tienen los
niños, no tardó en convertirse en un verdadero linchamiento
público, mientras el pobre La Peste, volvía a meter todas sus cosas
—incluso aquella pequeña muñeca— de forma desordenada dentro de la mochila y se sentaba en su pupitre con un mar de lágrimas
corriendo por sus mejillas.
Sí, creo que fue en ese preciso momento de mi vida, como espectador de aquel grotesco espectáculo, cuando descubrí por fin que la humanidad apesta. No sé si La Peste habrá podido olvidar aquel suceso con el paso del tiempo, o si la señorita Consuelo lo recordará; pero lo qué sí me pregunto de vez en cuando es por qué demonios lo sigo recordando yo.