de enfrente
venden libros recaudando
fondos para el cáncer.
Mi padre murió de cáncer,
mi hermano también lo hizo;
supongo que los niños del mundo
no vendieron suficientes libros.
Pelo una mandarina,
su jugo salta en pequeñas gotascada vez que arranco un gajo,
luego lo meto
en mi boca
y mastico con paciencia.
Una niña se acerca con su madre
y compra un libro
con su propio dinero.
Gracias,
le dicen los chicos que vigilan el puesto,
es para una buena causa.
Esa niña
no sabe qué es el cáncer,
mi padre tampoco lo sabía
cuando se lo llevó por delante,
también se llevó por delante a mi hermano,
sí, sé que ya lo he dicho.
Cuando termino con la mandarina
me seco los dedos
en la pernera del pantalón
y sigo observando en silencio
el puesto de libros
desde el balcón,
me pregunto si a las gárgolas
les duele ser de piedra,
me asusta convertirme en una de ellas;
nunca nadie recauda dinero para ellas,
ni para viejos con temor
a que convertirse en piedra
duela más
que morir de cáncer.