Escritores que quieren cruzar la carretera, otros conducen por ella

Espero junto al semáforo
para poder cruzar la carretera;
el colegio de mi hija
está en la acera de enfrente.
Bolaño pasa ante mí
conduce un viejo coche destartalado,
con capas de oxido devorando la carrocería
pero capaz de aguantar
algunos cientos de kilómetros más.
¡Dios santo! ¿ese era Bolaño?
le pregunto a mi hija
que no sabe de que le estoy hablando,
ella solo quiere cruzar la carretera
para no llegar tarde al colegio.
Debería preocuparme
por haber visto a Bolaño
conduciendo un coche,
lleva décadas muerto
¿pero qué coño me pasa?
Puede que algún día
sea capaz de dejar de escribir
cosas como ésta,
disfrutar de una jubilación
con la única pensión de
unos orgasmos maullados
desde olvidados callejones
con las esquinas rebosantes de orín.
Bolaño no encontró la manera de hacerlo,
ni Mark Strand, ni Carlos Williams;
Capote ni siquiera lo intentó
y Nabokov escribió Lolita
¡Por todos los demonios!
¿Qué más se le puede pedir a una persona
después de eso?
El semáforo cambia,
mi hija me arrastra hasta la entrada del colegio
pero yo solo quiero mirar
como Bolaño conduce su coche
hasta perderse en el horizonte,
con la muerte sentada a su lado
guiñándome un ojo
mientras los gatos
me esperan
para comenzar
con sus rituales sexuales
en callejones caídos en el olvido.