Mi lucha

El mundo estaba azotado
por virus cabrones
que dejaban
miles de muertos a su paso,
o por cadáveres
de personas flotando en el agua
por intentar
cruzar el mar
en pateras de mala muerte,
o por refugiados
que morirán de inanición o cansancio
por querer
pasar de un país a otro
huyendo de la guerra,
o por chavales
acribillados a balazos
en esa misma contienda,
o algún viejo loco
y alcoholizado
la palmaba por congelación
en cualquier
cajero automático
en una fría noche de invierno.
Pero para mí
mi única lucha
era tener que levantarme
todos los días
a las cinco de la madrugada,
arrastrar mi cuerpo
hasta el baño,
escupir un par de flemas
sanguinolentas
sobre la porcelana blanca,
sentarme en el váter
exprimiendo mis intestinos
e intentar adecentarme un poco
antes de irme a trabajar,
mientras el reflejo del espejo
me recriminaba:
Por Dios ¿Qué has hecho con tu vida?
El mundo
estaba azotado por calamidades,
mi vida
se regía por el azote persistente
de una
calamidad contigua;
mientras
las flemas se escurrían
hacia
el agujero del desagüe.