Demasiado joven para la escritura

Llevaba
una chaqueta azul,
una mochila al hombro
y caminaba con muletas.
Se sentó en los asientos
junto a los míos,
dejó las muletas en el suelo
y comenzó a escribir en un portátil
que había sacado de la mochila
apoyándolo en su regazo.

Iluminación 

 

La noche de la manzana

El congelador perdía agua por debajo
y en la encimera
se amontonaban un puñado
de viejas facturas.
Abrí la nevera,
pisé el charco de agua
y noté como el calcetín se empapaba
mojándome los pies;
recordé una película donde un tipo
moría electrocutado

Quejido

Miraba aquellas películas
pornográficas
cuando mis padres
se iban de casa,
la soledad le ofrece a un niño
todo un abanico
de posibilidades,
y aquellas películas
pornográficas
era una de ellas,

Disparos en la luna

Una película de ciencia ficción,
demasiada hostilidad
en la Tierra;
la humanidad coloniza otro planeta,
siglos después
hay demasiada hostilidad
allí también,
la gente vuelve a la Tierra
pero solo encuentran
la misma y vieja hostilidad
Vida.




 

Cash en la madrugada

Habían follado
durante unas cuantas horas;
ella dormía
solo con unas bragas puestas,
el fumaba
un cigarro —rubio—
y miraba un documental
sobre Johnny Cash
en el televisor
con el volumen apagado,

Ni tus poemarios ni tus poemas

Escribes durante horas,
llenas unas cuantas libretas,
quizá algunos folios sueltos
y unos cuantos archivos
en el ordenador;
crees que has creado algo,
entonces 
tu editor te llama un día
 y te dice:
Tus poemarios no se están

Cactus

 

La normalidad de un nombre

He conocido
a varias personas que se han
suicidado siendo jóvenes.
Varios chicos,
también una chica,
todos en la veintena,
chicos normales
alegres, sonrientes, llenos de vida
hasta que aparecieron
colgados de una viga,

Economía de economato

Tendremos que comprar
café más barato,
me dice mi mujer;
yo trabajo doce horas
por el día,
ella, doce por la noche,
y el café
se está volviendo
cada día
más caro.

Otro poema que no debería haber escrito nunca

Tenía libros
esparcidos por todas partes,
sobre el sofá,
algunos en la encimera
de la cocina,
otros en la mesa de centro
y en la del comedor;
también los había
en el cuarto de baño
junto al váter

Café y semen en la mano

Había una niña
que me sonreía en el colegio.
Aprieto el botón
de la cafetera,
empieza a vibrar
y un chorro oscuro
llena la taza.
No recuerdo su cara,
ni si iba a mi misma clase
o a un curso por encima

Cassady en el caldo de pollo

Pongo la olla al fuego para preparar una sopa. Es un día cualquier, un poco de música suave y la novela de Cassady sobre el sofá —¿Por qué nunca habla nadie de Cassady?—. Hace demasiado frío y mis dedos se resienten al abrir la libreta y sujetar el bolígrafo. ¡Dios! ¿Por qué decidí dedicarme a esto? La muerte está al acecho, no hay tiempo suficiente, nunca lo ha habido... Entonces ¿Por qué esta absurda necesidad me devora las entrañas?
   Conecto el extractor, hay olor a caldo de pollo por todo el salón y parte del resto de la casa; la muerte siempre al acecho, paciente, esperando el momento exacto, leyendo a Cassady; mis dedos agarrotados y la necesidad, siempre esta maldita necesidad.
   El caldo de pollo llega al punto justo de ebullición. Sirvo dos raciones, una para mí, la otra para Cassady; la muerte deberá esperar a la hora de la cena.



Patio de luces

 

Una oreja cortada, Sylvia Plath y un poemario que no se vende

El agujero de bala
en el cuerpo de Lorca;
El pitón de un toro acercándose 
peligrosamente a Hemingway;
el cuchillo separando del cuerpo
la oreja de Van Gogh;
el monóxido de carbono inundando 
los pulmones de Sylvia Plath.
La noche
es un fundido en negro

Muros

 

Vida Lovecraftniana

Me metía en la cama
después de haber estado todo el día
repartiendo paquetes
en una furgoneta que apestaba
a sudor y fracaso
y me ponía
a leer relatos de Lovecraft;
los leía
casi sin respirar; 
al rato mi mujer se acostaba

Ikea y cápsulas de café

Hace
un día precioso,
Y aunque unos cadáveres hinchado
floten a la deriva,
o una madre 
amamante a su bebe
escuchando
explosiones de un bombardeo a su espalda
o un presidiario
trabaje pegando

Mi lucha

El mundo estaba azotado
por virus cabrones
que dejaban
miles de muertos a su paso,
o por cadáveres
de personas flotando en el agua
por intentar
cruzar el mar
en pateras de mala muerte,
o por refugiados

Tomografías y tumores

¿Lleva seis horas en ayunas?
Me preguntó.
Contesté con un gesto afirmativo de cabeza.
Era un hospital
pequeño,
con todas las carencias
y suciedad
de la sanidad pública.
Ha de beberse estos cuatro vasos
de agua con contraste,

Cacahuetes y el gato

La muerte duerme
entre sábanas de raso.
Hay cáscara de cacahuetes
bajo mis pies
abriéndome heridas
en las plantas de ellos
y el gato,
sí, el gato,
el gato sabe más
de lo que aparenta.

Dosis de infierno cada ocho horas

Dejé de leer
y metí el libro en la mochila;
había tenido
bastante
por aquel día
de poetas muertos
y lloricas;
cada cual debe aprender a vivir
con su pedacito de infierno
personal;



Silvestre

 

Nada pasa porque sí

 Me sentía atrapado.
   Eran aquellos días en los que me resultaba imposible pronunciar palabra. Al levantarme solo era capaz de vestirme con la misma ropa del día anterior, caminar unos cuantos pasos hasta el sofá y dejarme caer en él.
   ¿Qué te pasa hoy? Solía preguntarme mi mujer, pero qué contestarle, las raíces se habían extendido tanto por el interior de mi cuerpo, que oprimían mis cuerdas vocales impidiéndome articular palabra.
   Era el síndrome de la vejez prematura; me tumbaba en el sofá, el televisor encendido y veía película tras película en una sesión sin fin de vidas de mentira; necesitaba olvidar que yo era el protagonista de una vida real, una vida que ardía constantemente, consumiéndome por dentro. ¿Dónde estaba ese chico que siempre quiso aprender a escalar? ¿Dónde se habían ido los viajes a la India para ver las estatuas gigantes de Buda? ¿Dónde quedaron esas visitas a las tumbas de Bukowski, Bruce lee o Jim Morrison? ¿Por qué nunca había hecho nada de eso?

La memoria de las cosas

Una vez se quedó embarazada,
cuando su pareja se enteró
la golpeó
en el abdomen
hasta que la sangre
comenzó a chorrearle entre los muslos
llegando a los tobillos
y formando un pequeño charco en el suelo.
Nunca tuvo a ese bebé,
tampoco sigue con esa pareja,
pero el dolor tiene
muy buena memoria.

Ponerse a ello

Me levantaba de la cama
en calzoncillos,
con mis piernas cubiertas de pelo
y restos blanquecinos
de saliva seca
en la comisura de los labios
y me decía:
en cuanto me tome un café me pongo a ello;
y me tomaba ese café
—y muchos otros—

El cesto de la ropa

Descolgué la primera prenda
con suavidad,
una camiseta de alguno de mis hijos
que como el resto de ropa 
tendida
se balanceaba con el viento que hacía
en aquella azotea.
Luego le quité las pinzas
a uno de mis viejos pantalones,
después siguió

El viejo Hemingway y el mar

Caminé con las manos dentro de los bolsillos de la sudadera hasta que llegué a la orilla. Allí me senté, noté la arena fría y húmeda a través de mis tejanos. Un par de gaviotas cortaban el cielo en porciones de pastel tan grandes que nadie podría devorar nunca; pero lo que me llamó realmente la atención fue la espuma producida al romper las olas contra la arena, observar aquello era realmente hipnótico, como contemplar el principio y el fin de una vida en apenas un pestañeo.
   No sé muy bien por qué, pero me imaginé a Hemingway luchando contra el oleaje en un pequeño bote  de remos, dirigiéndose hacia donde el mar y el cielo pierden su cuerpo y forma fundiéndose en un mismo ser. No sabía que hacía allí, qué razón me había atraído hasta ese lugar o que tipo de magia —ya fuera blanca o negra— había dirigido mis pasos; nunca me había llamado la atención la playa, ni el mar en sí, pero supongo que al vivir en un pueblo costero, hasta las palomas se acaban volviendo aves

El gato lo sabe

El gato lo sabe,
sí,
ahí tumbado
o sentado faraónicamente
sobre el brazo
del sillón.
Sí, el gato lo sabe,
con la sabiduría
del mismísimo Diablo
en su mirada

Que me parta un rayo

“Estuve con un tío que solo quería comerme el coño. No te confundas, aquello estaba bien, de veras; pero ya sabes, una mujer necesita notar algo ahí dentro de vez en cuando”.
Era una bestia
de un metro cincuenta
y cuarenta y seis kilos;
según decían
tenía las tetas más pequeñas
y preciosas
jamás vistas.

 

Mosca

La purga de las moscas

Apenas éramos unos chiquillos, pero a él le gustaba aplastar moscas con el dedo, aunque lo que realmente le gustaba era chafarlas contra algún cristal y dejar allí el cadáver hasta que se secaba al sol; encontraba en todo ello cierto placer macabro y sexual. Un día se acercó a mí con una pobre mosca entre sus dedos índice y pulgar.
—¿Quieres ver como la aplasto lentamente? —me preguntó—. Puedo hacer que tarde mucho en morir. —Me dijo muy orgulloso.
Miré a aquel pobre insecto batallar inútilmente con sus patitas entre los dedos rollizos de aquel bruto. No le contesté, tan solo me lo quedé mirando en silencio; le tenía miedo y no quería arriesgarme a que cualquiera respuesta que le diera no fuera la que él esperaba, y todo ello repercutiese en mi bienestar físico.

Escritores que quieren cruzar la carretera, otros conducen por ella

Espero junto al semáforo
para poder cruzar la carretera;
el colegio de mi hija
está en la acera de enfrente.
Bolaño pasa ante mí
conduce un viejo coche destartalado,
con capas de oxido devorando la carrocería
pero capaz de aguantar
algunos cientos de kilómetros más.
¡Dios santo! ¿ese era Bolaño?

Volver a ponerse las botas en la oscuridad del comedor

Me levanto de la cama
expresamente
para escribir ésto;
en calzoncillos,
sentado en la mesa del comedor
mientras la silla me enfría el culo,
con un bolígrafo en la mano
rasgando el papel
de una libreta.
Es agradable

Una manzana bajo la lluvia

Arranco la etiqueta azul pegada sobre la superficie de la manzana después de cogerla; la lavo y salgo al balcón. Observo como la lluvia cae. La manzana tiene la piel dura y hace sangrar mis encías en cada mordisco. Ya nada es como antes , incluso la lluvia, mojando con sus gotas mis pies descalzos, ha perdido todo su romanticismo; antes hubiera hablado de como la tormenta, con su pesado caer, limpiaba de suciedad los muros y carrocerías de los coches, pero ahora solo veo como el agua cae cambiando la mierda de sitio. Le doy otro mordisco a la manzana y me pregunto dónde habrá ido a parar todo ese romanticismo; si se marcho de voluntad propia asqueado de todo lo que le rodea, si lo asesinamos nosotros mismo el día que decidimos cambiar los besos por iconos del wathsaap o si sencillamente alguna fuerza divina lo hizo desaparecer de la faz de la tierra. El siguiente mordisco a la manzana no me da respuestas, tan solo un sabor dulzón que me recuerda mi derrota en la batalla de no comer entre horas,

El rastro de mis pasos

Cada vez
es más común
levantarme por la noche
para orinar;
antes dormía
a pierna suelta hasta el amanecer,
pero ahora
me levanto una o dos veces
por noche,
como un ritual

Mudo y pálido despertar

El horror de enfrentarse
a la hoja en blanco;
el terror que provoca la pálida
mirada del papel
y el silencioso morir del bolígrafo.
Hay un libo
a los pies de mi cama,
ese mismo libro
que me hace llorar noche tras noche,
ese al que le arrancaría todas sus páginas

 

GIF promocional de mi novela Odio

3

Llora el niño,
sus rodillas sangrantes
manchan el suelo.



El llanto de Dvorák

Siento un picor
detrás de la oreja,
es un extraño lugar
para que te pique
y mucho más para rascarse;
las flores del balcón
han estallado
en una explosión orgásmica
con la primavera
y
Dvorák

Ajedrez con el que he enseñado a jugar a todos mis hijos.

 

Los viejos cordones

Me agacho,
mi columna pide clemencia
de camino a mis botas,
esas botas que casi vieron
mis primeros pasos por el mundo;
entrelazo los cordones
en un magistral lazo,
luego me enderezo,
la columna grita de nuevo.

Restos húmedos

Miro la piel
reseca
de uno de mis dedos,
me llevo el nudillo
a la boca
para intentar humedecerlo,
siento el sabor
de la última mandarina
que comí,
fue después de cenar,

Libros, cáncer y gárgolas de piedra

Los niños del colegio
de enfrente
venden libros recaudando
fondos para el cáncer.
Mi padre murió de cáncer,
mi hermano también lo hizo;
supongo que los niños del mundo
no vendieron suficientes libros.
Pelo una mandarina,
su jugo salta en pequeñas gotas

La caída de los dioses

Las golondrinas vuelan sobre mi cabeza. Me gusta observarlas cuando subo al terrado a tender la ropa; también me gusta escribir sobre ellas ¡Qué diablos! Bukowski escribía sobre caballos y Carver sobre  pesca. Es lo que nos pasa a los cabrones cuando nos hacemos viejos, necesitamos que algo nos haga olvidar que tanto camino recorrido no ha servido absolutamente para nada. ¡Dios! Me encantan esas golondrinas. Adoro el día que llegan y detesto cuando miro al cielo y ya han emigrado. Odio que se marchen en busca de otro viejo amargado. Una vez chocaron dos en pleno vuelo, cuando las vi en el suelo una tenía completamente sus patas incrustadas en el cuerpo de la otra; la gente se aglomeró a su alrededor para verlas agonizar hasta la muerte en el suelo. Esos bastardos no eran capaces de ser conscientes de que estaban presenciando una defunción tan hermosa como la caída de los dioses.
   Me gusta mirar las golondrinas desde el tejado mientras espero una muerte menos digna y gloriosa como la de ellas, igual que Bukowski esperaba apostar por el caballo ganador, o Carver esperaba a que algún pez mordiera el maldito anzuelo.




La mirada de la gata

He presenciado la muerte
del vídeo Beta a manos de VHS,
He sido testigo de la desintegración
del Amstrad por el Spectrum.
He vivido en el imperio Sega
y su declive por la Play Station.
He sido juez en la aniquilación
del casete por el vinilo
y verdugo en la muerte de este
por el Compack Disc.

Glúteos de Jade

Las hojas del Jade
se han puesto negras,
recuerdo cuando lo cogí
de la basura
y tú te reíste
llamándome croto.
Te despiertas después de las 15h,
has pasado una noche
de mierda
en el trabajo

Chillidos en el váter

La comida está lista,
me dice mi mujer;
dejo el libro
sobre el reposabrazos del sofá,
por la ventana entran
los chillidos de los niños del colegio
de al lado,
cuando nos vivimos a vivir aquí
nos dijeron
que nos acostumbraríamos a ello,

Vidas ejemplares

Todos lo grandes autores han tenido vidas ejemplares. Hemingway cruzó el océano para vivir en sus propias carnes la guerra civil española; Knut Hamsum fue repudiado por su simpatía por el nazismo; Thomas Wolfe escribió sin parar hasta reventar su propio cerebro y Bukowski, bueno, qué decir de Bukowski.
   Escribo estas líneas sentado en mi sofá, frente al televisor apagado —con el tiempo he desarrollado cierta intolerancia mental hacia ese aparato—. Me pregunto si alguno de los grandes tuvo una vida similar a la mía; si Carver pasaba sus horas muertas sentado en el sofá observando flotar en el aire las motas de polvo; si Panero arrastraba las suelas de sus zapatos caminando por la calle, cargado de bolsas del supermercado llenas de productos perecederos envasados en plástico no reciclable o de si Sallinger esperaba a tener las uñas de sus pies largas y amarillentas antes de cortarlas.
   Tengo ante mí una estatua de Buda, Siddhartha se sentó y millones de personas lo siguieron por ello, eso sí que es glorioso. Faltan cinco minutos para que tenga que ir a buscar a mi hija al colegio, ¿Fante también iba a buscar a sus hijos al colegio? ¿Acaso tuvo hijos? No tengo ni idea, pero va a ser lo más glorioso que yo haga esta mañana.



Revoluciones, partos y dolor de espalda

Me tumbo
en la cama,
me duelen las piernas,
la espalda
y el hombro derecho
me está matando.
Sé que en algún
lugar del mundo
Se estará cociendo una revolución
o dos amantes se estarán besando

Tenlo claro

Querer escribir
es como acercarse al precipicio,
lo suficiente como para que las puntas
de tus zapatos
queden fuera del borde.
Así son las noches en vela
frente a la crudeza de la página en blanco;
Tampoco
debemos olvidar
los e-mails de rechazo

2

Tras la ventana
un perro come basura.
El niño lo mira.



Comer lo que cagas te hace cagar lo que comes

Me siento frente al televisor,
perder el tiempo tirado en el sofá
es lo mejor que tiene el ser humano.
Como cualquier porquería,
la tele me hace engullir
otra porquería mucho más grande.
Tragar tanta porquería satura
mi puto sistema digestivo,
eso me hace pensar en toda
la cantidad de mierda

Purgatorio purgado

Voy en tren,
lo triste no es eso,
lo verdaderamente triste
es que siga escribiendo
poemas sobre ir en trenes:
puede que mi cerebro
no de para más,
que mi vida solo sea
el tiempo transcurrido
entre estación y estación;

 

Metro Passeig de Gracia, Barcelona

1

Tras su jornada
el dolor de espalda
provoca llanto.


Impacientando a la muerte

Ponerse
a escribir
es como decirle
a la muerte,
espera un momento querida,
que ahora
estoy ocupado

cuando viene a buscarte.
Ahora mismo
estoy frente al papel

Recordar siempre me remueve las tripas

Recuerdo que cuando era niño, había un chaval en clase que siempre se cagaba encima, nadie sabía por qué demonios hacía siempre aquello, sí era para llamar la atención, para que lo mandasen a casa y así poder saltarse el resto de clases o sencillamente porque algo no funcionaba bien dentro de su cabeza; pero a la qué menos te lo esterabas, toda la clase empezaba a apestar a mierda y las miradas de los niños se clavaban todas en la misma persona. No consigo recordar cual era su nombre, solo que todo el mundo lo llamaba La Peste, incluso nuestra profesora, y aunque el resto de niños le tenían manía y lo marginaban a la hora del patio sin querer jugar con él, ella lo odiaba con todas sus fuerzas.
   Un día, la profesora —de ella sí que recuerdo su nombre, señorita Consuelo— hizo ponerse a La Peste frente a toda la clase y comenzó a meterse con él, hasta que toda aquella rabia contenida que tenía la poseyó, entonces comenzó a insultarlo sin miramientos. Cuando se dio cuenta de que La Peste no

Cuesta abajo con los clavos

Llego al colegio
de mi hija;
hace un frío
de mil demonios;
tengo las manos
dentro de los bolsillos
y el abrigo
abotonado hasta el cuello.
Un tío
se pone a mi lado,

Un Almax, por favor

Llevo días
con ardor de esófago;
Debe de ser
la consecuencia
de vivir
con demasiada
rabia acumulada,
eso te te hace
reventar por dentro;
soy antisocial,

Sin tiempo

La esfera,
un pequeño movimiento;
otro segundo
que se escapa.

EL polvo de los huesos

Solo hace un par de horas que me he despertado, me metería en la cama de nuevo. Siempre estoy agotado, supongo que me esfuerzo demasiado en vivir la vida, en levantarme cada mañana, enfundarme los pantalones y pensar Dios, ¿Qué más quieren de mí? ¿Acaso no se dan cuenta que solo soy un saco de huesos? 
   El aburrimiento tampoco me ayuda mucho, hace que la pintura chorree por las paredes hasta formar un charco en el suelo. Podría salir a pasear, mezclarme con el resto de caparazones vacíos que deambulan por las aceras arrastrando los pies; también podría caminar por la playa, pero no entiendo a toda esa gente que dice que les gusta el mar, bueno, lo que realmente no entiendo es que ellos no entiendan que a mí no me guste; no me malinterpretéis, adoro toda la biodiversidad que alberga, pero no comparto esa visión romántica sobre una jodida masa de agua; para mí, observar el mar me produce la misma sensación que

La nieve que no arde

Medio país
ha amanecido paralizado
por la nieve;
la gente se queja
por el caos circulatorio,
el desabastecimiento.
el frío
o por no poder salir de casa;
a mí
me parece precioso,

El eco que nos sigue

De chaval tenía dos amigos gemelos, eran como dos putas gotas de agua y rubios como el demonio. Un día, estando en su casa, me dijo uno de ellos ¿Quieres ver la pipa de nuestro viejo? Y me hicieron entrar en la habitación de matrimonio. La estancia tenía los típicos muebles de la época y el ambiente viciado y con olor a naftalina de un cuarto con poca ventilación. Uno de ellos se acercó a la cómoda, y metiendo la mano hasta el fondo del cajón de la ropa interior, sacó un pequeño revolver; su padre era policía, pero hasta yo sabía que aquella no era un arma reglamentaria del cuerpo. ¿Quieres cogerla? Me preguntó. Debieron notar el miedo en mis ojos, porque el otro hermano se apresuró a decirme que no estaba cargada, mientras el otro gemelo abría el tambor del arma para mostrarme que no había ninguna bala dentro. Sostuve aquella pistola en mi mano, pesaba mucho más de lo que parecía; en un acto de bravuconería me puse el cañón sobre la sien y grité voy a volarme los putos sesos. Los gemelos me

Las cenizas del espanto

He llegado en la vida 
a ese punto
de no retorno;
es inútil mirar el reloj,
siempre marca
que ya es demasiado
tarde
para
todo.
Las revoluciones

Simples revistas para tipos simples

De pequeño me encantaban los quioscos, me plantaba frente a ellos y miraba una a una las portadas de todas las revistas, imaginándome que habría dentro —sobre todo esas en las que aparecían mujeres cortas de ropa en posición sexual—, y cuando tenía la oportunidad de tener una entre mis manos —que solían ser revistas del corazón en casa de mi tía—, me quedaba fascinado con aquella mezcla de texto e imágenes.       Cuando fui algo mayor y conseguí mi primer empleo, lo primero que hice fue suscribirme al National Geographic. Dios, me encantaba aquella revista, me pasaba horas leyendo y releyendo sus artículos, inmerso entre sus fotografías, tan espectaculares que soñaba con ser uno de sus fotógrafos y recorrer el mundo fotografiando todo aquello que se me cruzase en el camino. Incluso hice varios cursos de fotografía, pero también fracasé en eso, cómo todo en la vida. Aun me siguen apasionando las revistas, pero no hay ninguna que valga la pena, ya no se hacen revistas de poesía, literatura o ajedrez, por ejemplo;

Cagar fuego

Lo mejor de envejecer es que mi mujer ha aceptado por fin que deje de afeitarme, ahora tengo una barba espesa y canosa pero más dura que un estropajo de aluminio.
   Escribo estas líneas acostado en la cama mientras escucho el primer LP de Motörhead, me gusta pensar que lo compusieron mientras yo solo era un triste espermatozoide en los huevos de mi padre; y ese Lemmy sí que era un tío de verdad, sabía lo que quería y no consentía que nadie le hiciera hacer lo contrario. Hay que tener un buen par para vivir así, ¡Puro Rock´&´Roll, nena! Ese Lemmy murió encima de un puto escenario consumido por el Speed y el Jack Daniel´s con Coca Cola, a los setenta años, pero sin parar de darle al Rock hasta su último aliento; es lo que tiene que algo te fluya por las venas, abrasándote los intestinos hasta hacerte cagar puro fuego, o escribir un relato sobre un cantante muerto, acostado en tu cama mientras escuchas uno de sus discos.

Arrogante engreído

Hace más de un año y medio que no trabajo, un año y medio de la más pura y dura monotonía; viendo los mismos programas de televisión, comiendo la misma mierda día tras día, cagando con la puntualidad de  un reloj y tomándome la mismas pastillas a las mismas horas y en el mismo orden.
   Pensé que con tanto tiempo libre y sin tener que trabajar me sentiría fresco y desconectado de todo, pero practicar tanto para llegar a ser un viejo arrogante y engreído resulta agotador. Nunca he pensado que llegaría a vivir de mi escritura, pero si hay un dios ahí arriba, ese hijo de puta debería darme un respiro de vez en cuando, o por lo menos apagarme este fuego que me abrasa por dentro. Los jóvenes no leen hoy en día, y los adultos que lo hacen solo leen basura procesada ¿Qué diablos espere entonces ese maldito dios que haga con toda esta mierda? Solo espero que cuando muera, todo cambie y algún chaval encuentre un libro mío por casualidad y diga ¡Joder! Este tío era la polla.

Un pack de cervezas, un calvo y el dinero del cambio

El infierno
no es más que perder la tarde
en la cola del supermercado.
Sostengo en las manos mi compra
mientras
me aprendo de memoria
el cogote
del tipo que tengo delante.
Observar la calva
de un tío

Gracias a Dios, si hay algún dios al que darle las gracias

Llevo dos años sin escribir, el mismo tiempo que llevo alejado de toda vida social. la gente vive equivocada, piensan que la felicidad está en vivir en una casa grande y luminosa, rodeados de personas que te chupen el culo haciéndote sentir el puto amo; pero la verdadera felicidad consiste en hacer un agujero en el suelo, meterte dentro y no moverte hasta notar como se macera tu piel por la humedad del fango. 
   Recuerdo la última presentación a la que fui, era de un escritor supuestamente amigo mío, entre el público no había nadie normal, solo otros escritores, y estos se comían tanto la polla entre ellos que temí por si de un momento a otro aparecía la policía y nos detenía a todos por escándalo público por montar una orgía en aquella librería.

Otro día para joderse

Me he quedado dormido en el tren,
al despertar he podido apreciar
que me habían robado la mochila,
la chaqueta,
incluso el libro que sostenía
entre mis manos antes de dormirme.
De joven nuca me pasaban estas cosas,
tenía vitalidad suficiente
como para estar despierto
tres o cuatro días seguidos,

La letra que entra con sangre

Antes escribía a máquina. Me gusta tener que apretar con fuerza las teclas para que las letras se marquen en el papel. A la máquina le gusta ser maltratada para darte algo. Ahora escribo con un ordenador; sí qué es mucho más práctico, puedes borrar y corregir sin tener que escribir de nuevo todo el texto, pero echo de menos escribir con cierta violencia.
Dejé de utilizar la máquina por no molestar a mis vecinos con el ruido al teclear, pero a ellos no les importa molestarme con los llantos de sus hijos, los gritos de sus discusiones, el volumen de sus televisores, sus malos gustos musicales o el chirrido de sus sumieres al hacer el amor.
Pienso en todos esos poetas —nuevos poetas— que nunca han escrito a máquina, la poesía nunca será poesía si no se escribe marcando el papel hasta casi traspasarlo, haciéndolo sangrar con cada letra, con cada verso.
Sí, echo de menos mi maldita máquina de escribir, tanto como mancharme los dedos de sangre al pasar las páginas de un buen libro de poesía.


Sonreírle a la vida sabiendo que la muerte anda al acecho

Me siento en la estación, faltan cuatro minutos para el próximo tren. Una pareja cogida de la mano pasa frente a mí y hay una polilla muerta a mis pies. A veces tengo la sensación de que voy a morir en breve y hoy es uno de esos días; quizá debería empezar a despedirme de mis seres queridos o a arrepentirme de todos mis malos actos, pero necesitaría otra vida para ello —sobre todo para lo segundo—, y no soportaría vivir mi vida de nuevo; tampoco creo que los que me rodean esperen mucho más de mí. Nunca he sido de dar, y recibir tampoco ha sido mi fuerte; soy más bien como un viejo árbol enraizado desde hace siglos en el suelo; inmóvil e impertérrito mientras el paso del tiempo araña mi corteza hasta dejar el tronco desnudo y vulnerable.
   Llega el tren. Subo a él. Miro por la ventana y observo que mi sombra se ha quedado ahí, haciéndole compañía a la polilla muerta en el suelo del andén, pero no me importa mucho, los muertos dejan de hacer sombra una vez metidos en el ataúd, así que espero que le haga más utilidad que a mí a quien la encuentre ahí tirada. El tren se pone en marcha.

El timbre del teléfono me pone los pelos cómo escarpias

Lo miro,
odio ese jodido aparato,
ni siquiera le encuentro
una utilidad 
que valga la pena,
pero tiene un poder
hipnótico
sobre mí,
no puedo quitarle el ojo de encima;
siempre ahí

La muerte en pequeñas dosis

Esperar en la sala de espera,
sé que suena redundante
y que ya he escrito suficientes
poemas sobre este tema
cómo
para arriesgarme con algo nuevo.
Llevo tanto tiempo aquí
que el olor del hospital
me ha impregnado tanto las fosas nasales
que he dejado de notarlo;